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jueves, 3 de enero de 2013

... Y LA PALABRA SE HIZO MÚSICA. "QUALSEVOL NIT POT SORTIR EL SOL" (3ª Parte)





Hoy prosigo recuperando el primer capítulo
de mi libro "Crónica cantada de los silencios rotos"
y, dentro de él, continúo el apartado que titulé
"QUALSEVOL NIT POT SORTIR EL SOL"
ya iniciado en el pasado "cuelgue del 
30 de diciembre de 2012. Así pues estamos en
"QUALSEVOL NIT POT SORTIR EL SOL" (2).



España; años sesenta. Para poder entender el origen y la importancia que ha tenido la canción en el desarrollo de nuestra historia reciente, y, sobre todo, para poder interpretar y juzgar con equidad, y desde el conocimiento, sus manifestaciones durante los doce últimos años de la dictadura franquista –origen que supuso, sin duda, una nueva forma de hacer canciones de la que hoy somos herederos–, resulta imprescindible perfilar unas notas iniciales, que aun a riesgo de su simplicidad y de su esquematismo, nos permitan situarnos en la escena social, cultural y política que en aquel momento se vivía en España y en la que vivimos y crecimos aquella "tribu" que un buen día,  convocados por el verso de Rafael Alberti, creímos y soñamos limpiamente con la posibilidad de crear, en nosotros mismos y para el futuro, «un hombre y una mujer nuevos cantando».


«Creemos el hombre nuevo cantando,
el hombre nuevo de España cantando,
el hombre nuevo del mundo cantando.
Canto esta noche de estrellas en que estoy solo y desterrado.
Pero en la tierra no hay nadie que esté solo si está cantando.

Al árbol lo acompañan las hojas
y si está seco ya no es árbol;
al pájaro, el viento, las nubes,
y si está mudo ya no es pájaro.
Al mar lo acompañan las olas
y su canto alegres los barcos,
al fuego, las llamas, las chispas
y hasta las sombras cuando es alto.

Nada hay solitario en la tierra
creemos el hombre nuevo cantando».
("Creemos al hombre nuevo")

En aquel momento nos encontrábamos en una España en la que, superados ya los dos decenios de dictadura, el fascismo seguía siendo la palabra clave que podía definir la filosofía y la práctica del Estado; un fascismo duro engañosamente disfrazado ahora de grandilocuentes palabras como "desarrollismo" o "consumismo"; palabras que, traducidas al lenguaje más llanamente popular se convirtieron en aquella expresión tan común y tan generalizada de «no te metas en política y ya verás como cada día vivirás mejor. Lo importante es el bienestar material y la "paz", y eso, si ere dócil y bueno, lo puedes tener asegurado». Asegurada una paz, por supuesto, que como nos cantaba Raimon, «no era más que miedo; como un desierto sin voces ni árboles; una paz que nos cerraba las bocas, que nos ataba las manos, y que sólo nos dejaba las piernas para huir». (Fue precisamente por aquella época cuando, mientras mi madre me alargaba las perneras y me remendaba las entrepiernas de mis pantalones largos –ya en su tercera temporada–, mi padre me compraba aquel primer "pick-up" a plazos que casi nos vimos obligados a devolver por falta de pago).


«Rezan las leyes básicas
de una curiosa ética
que el hombre es una máquina,
consumidora intrépida.
Compre electrodomésticos,
dicen los nuevos místicos,
es el gran signo de éxito
del "homo sapientísimo".

Producto, consumo,
éste es el triste tema de esta canción,
canción, canción... consumo,
éste es el triste tema de esta canción.

Queda un último término
lo del salario mínimo
con el Madrid-Atlético
y el juego quinielístico.
La corrida benéfica
hoy televisan íntegra,
es la moderna técnica
de crear alienígenas.

Este mensaje estúpido
tan saturado en tópicos,
hay que venderlo al público
como un jabón biológico,
así dispone el código
mafioso-discográfico
y así se explota al prójimo,
prójimo y primo práctico».
("Canción consumo". Luis Eduardo Aute, 1976)

Eran momentos en los que los muchachos y las muchachas, al tiempo que nuestros cuerpos y nuestros sentimientos se nos abrían íntima y apasionadamente a la vida, estudiábamos y aprendíamos, sin entenderlo, aquello de "la unidad del espíritu nacional».

Ramón Muntaner.
«Sabien que les paral.leles convergeixen
a la tarda lenta del dissabte,
que el dia no plega
a cops de campana,
que les flors no perden pètals
a les plane de'un llibre,
que teniem milja hora de pati
per oblidar una guerra perduda,
que un milió de mort en convidaven al seny,
que erem una unidad del destí en el no-res».
("Taula del 2". Ramón Muntaner)

«Sabíamos que las paralelas convergen / en la tarde lenta del sábado, / que el día no termina a golpes de campana, / que las flores no pierden los pétalos / entre las páginas de un libro, / que teníamos media hora de patio / para olvidar una guerra perdida, / que un millón de muertos nos invitaban a ser razonables, / que éramos una unidad del destino en la nada». ("Tabla del 2". Ramón Muntaner. LP: "Veus de lluna i celobert", 1978).

Aquella unidad del espíritu nacional no era otra cosa mas que una uniformidad centralista, absoluta y demagógica en lo político, en lo cultural y en lo religioso; uniformidad mantenida a base de una represión total y despiadada hacia todo lo que se sospechara que pudiera generar divergencias ideológicas o culturales que ocasionaran cualquier tipo de fisura al régimen establecido.

Esta represión, manifestada en todos los órdenes, se agudizaba de una forma muy particular respecto a las divergencias históricas y a los signos de identidad que caracterizaban a nuestros pueblos, especialmente en el ámbito de la lengua y de la cultura; causa, sin duda, como más adelante analizaré, del carácter organizado y radicalmente nacionalista con el que surgieron los primero movimientos contestatarios y reivindicativos de lo que en aquel momento se reconoció como "nueva canción", "canción del pueblo" o "canción protesta".

"Represión", era en consecuencia, una de las palabras y de las consignas claves de la acción ejercida por el poder, y una de las realidades más corrosivas y demoledoras del elemental derecho a la libertad. Y estrechamente unido a la represión, para los enamorados de la libertad, el "miedo"; un miedo físico y real al que románticamente podemos adornar y trascender como nos de la gana, pero que era sencilla y llanamente eso: "¡miedo!"; miedo en el cerebro, en el estómago, en la voz y hasta en el bolígrafo. En este sentido, creo que es importante evocar el texto de una canción que nos cantó Rosa León, ya en 1978,  y que pertenece a Basilio Martín Patino, a quien durante tanto tiempo tuvieron secuestrada una de las más grandes y más bellas y entrañables obras de nuestra producción cinematográfica: "Canciones para después de una guerra».
«Porque nací con el miedo
y miedo era,
de tanto
miedo me libro
¡de tanto!
es como empezar a ser mujer,
al fin y al cabo
sobre la tierra sin miedo
recién nacido y desnudo.
Porque nací con el miedo
y miedo era
miedo sobre miedo miedo
que es como nacer esclavo:
Cuántos miedos a la sombra cara al sol
y la camisa bordada
de terror,
que con miedo me parieron
y con miedo me amasaron
y en el miedo me hice vieja,
llena de miedo y de años,
amedrentada con el miedo
de quienes del miedo alzaron
la bandera,
ciegos de miedo viviendo
ellos también amiedados.
¡Cuánto años en el miedo, amortajado!
Quiero comerme el miedo de una vez,
todo el miedo del mundo,
todo el miedo...
¡y vomitarlo!
Porque en el miedo viví
y con miedo me callaron
la vergüenza de enmiedarme
y desangrarme en el miedo,
desde el miedo me levanto
lleno de miedo el crebro
y mi estómago
y mi voz y mi bolígrafo.
Cuánto
poco a poco puede ser
miedo a miedo hasta agotarlo.
Experta de tantos miedos
sin miedo ya lo proclamo
sólo al miedo tengo miedo,
sólo al miedo, nada más
miedo al miedo
por si acaso...»
("Miedo". Basilio Martín Patino.
Rosa León - Teddy Bautista. LP: "Tiempo al tiempo". 1978).

Estos hechos y estas experiencias de la represión cultural e ideológica y del miedo, en concreto durante los años sesenta y hasta el final de la dictadura, creo que son unas realidades que necesariamente debemos reanalizar en profundidad con la perspectiva que puede darnos el distanciamiento de los treinta años pasados y la nueva situación política en la que, desde la transición, venimos viviendo.

La represión en el ámbito de la cultura, y del pensamiento en general, se traducía permanentemente, por ejemplo, en el absoluto control y en la manipulación ejercida desde el poder hacia los medios de comunicación, y en la censura entendida como un implacable "agente de orden" que castraba y cercenaba de raíz cualquier tipo de libertad expresiva o cualquier iniciativa crítica o liberadora, por simple o por elemental que pudiera resultar. (Recuerdo, y es sólo una pequeña anécdota, la requisa que, en 1972, hizo la policía de los discos que teníamos en un centro de formación de profesores y profesoras, con motivo de que alguien denunció que en uno de mis cursos de verano, sobre la técnica del disco-fórum, había utilizado las canciones del disco "Quejido" grabado en Francia por Elisa Serna y que en nuestro país estaba totalmente prohibido. Disco que me secuestraron –luego volví a hacerme con él en Biarritz– y que, por cierto, se editó en España dos año después, pero teniendo que sustituir dos canciones que ni entonces lograron superar la guadaña de la censura).


Decía antes –y permítaseme este paréntesis– que considero imprescindible volver serenamente la mirada sobre las duras experiencias de la represión y de la censura vividas en los años pasados, no tanto para regodearnos en ellas y seguirnos lamentando –muchos ya las hemos vomitado definitivamente– , sino para encontrar en esas experiencias un referente que nos pueda dar luz a la hora de construir y de interpretar el presente.

En ese sentido, y desde esa perspectiva, siento la necesidad de hacer dos consideraciones:

En primer lugar, denunciar –y no puedo dejar de hacerlo de forma reiterativa y con apasionamiento– a toda esa "panda" de mediocres ex izquierdistas, que eran los primeros que encendía sus mecheros y sus cerillas en los recitales de los sesenta y de los setenta, y que ahora nos vienen con el "cuento" de que los "cantautores" eran tristes, aburridos y panfletarios. Esto, en general, ni es verdad, ni es justo –es cierto que en algunos casos, los menos, pudo ocurrir así; pero también lo es que esos, desde el punto de vista cultural e histórico, ni tuvieron, ni tienen ninguna trascendencia–.

Aquellas canciones, en general, fueron lo que tuvieron que ser; lo que necesitábamos que fueran: cantos a la libertad y a lo humano; trabajosos y amenazados cantos artesanalmente tejidos, no desde a tristeza, sino desde la ilusión y desde la esperanza. Antonio Gala, en 1984, lo escribía en el prólogo de uno de mis libros dedicados a la canción de la que venimos hablando:

«Este libro, para el que escribo con tanto amor las líneas iniciales, es un prueba de cuanto venero. No se trata en él de recoger unas esperanzas acobardadas, reacias, contentadizas. Se trata de ofrecernos un ramo de esperanzas sonoras, vociferantes, contestatarias. Se trata de una esperanza en marcha, que se echó a cantar por las caminos apasionadamente. Por que si ella es el sabor de la vida, también es cierto que la vida en ocasiones –largas, largas a veces– no amarga. Y es preciso sacarnos su amargura, a gritos, de la boca. Eso hicieron los hombres y mujeres cuyas canciones recopila y ordena este libro, contagiarnos desesperadamente su esperanza». (Antonio Gala. "Veinte años de canción en España. Vol. 1", 1984)

En el fondo la actitud y los comportamientos de todos esos olvidadizos de la historia –y hasta de su propia historia personal–, convertidos ahora en nuevos y sibilinos censores, desde la industria discográfica o desde los medios de comunicación, confirman la verdad rotunda y permanente de aquellos versos de León Felipe a los que puso música y voz el grupo Aguaviva.






«Yo no sé muchas cosas, es verdad. 
Digo tan sólo lo que he visto. 
Y he visto: 
que la cuna del hombre la mecen con cuentos, 
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, 
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, 
que los huesos del hombre los entierran con cuentos, 
y que el miedo del hombre... 
ha inventado todos los cuentos. 
Yo no sé muchas cosas, es verdad, 
pero me han dormido con todos los cuentos... 
y sé todos los cuentos».
("Los cuentos". León Felipe - Aguaviva.
LP: "Cada vez más cerca". 1970).

En segundo lugar, considero que es imprescindible volver la mirada sobre nuestro pasado reciente –reciente sobre todo porque todavía somos muchos los que lo hemos tenido que vivir en directo– para alertarnos sobre el sentido profundo de lo que es la manipulación, y sobre las estrategias de acción, siempre represoras, ejercidas por las dictaduras como formas de concentración y de ejercicio absoluto de todos los poderes.

Y planteo esta reflexión porque ahora, en el tan "cacareado" tiempo de las libertades y de la democracia, el pasado puede enseñarnos a desentrañar –o mejor a desenmascarar– las estrategias de una nueva forma de dictadura, que pienso que estamos viviendo, ejercida bajo el gran poder del Rey Midas; estrategias que se concentran en lo que ahora llaman el "mercado" –a mi me sigue enamorando más la palabra "pueblo"– a través de consignas y eslóganes como el "compro luego existo", que un buen día me encontré integrado en una bolsa de la compra que regalaban en una tienda, o "el pienso luego estorbo", que con tanto acierto nos ofrecía recientemente Forges en una de sus viñetas.


Una nueva forma de dictadura ejercida de forma operativa por un grupo de ciegos adoradores del Rey Midas, en el que ponen todas sus complacencias, y, curiosamente, siempre justificada por las exigencias del "mercado", es decir, del pueblo. (Si hay que hacer televisión basura..., ¡es lo que el mercado nos demanda!. Si no puedo grabarle a usted su disco aunque reconozco que está muy bien, o si no puedo dedicarme a promocionárselo desde mi radio..., ¡es que al mercado eso no le gusta! ¡no se vende!. Si me niego a contratarle a usted para cantar en las fiestas que vamos a organizar en el ayuntamiento..., ¡es que el mercado quiere cosas con mucha más marcha!... Y así podríamos seguir enumerando, y, al final, siempre la misma historia, siempre el mismo cuento: «¡viva el beat, el rock, el soul, el pop y el capital!»).

En este sentido –y cierro ya este paréntesis–, yo personalmente me apunto a lo que Luis Eduardo Aute nos canta en su última «alevosía»:


«A riesgo de que digan que estoy loco
por no buscar el oro en lo que toco,
no pienso rebelarme contra mi enajenación.
Cansado de vivir sin salvavidas,
sé bien que no es la mano del Rey Midas
la que vendrá a salvar mi naufragado corazón.

Y no me romperán los huesos ni quemarán mis alas,
les basta y sobra con dar besos,
besos como balas...

Me advierten "mira, no juegues con fuego,
respeta al menos las reglas del juego
o hazte a la idea de tener a mano un extintor".
Declaro que me bato en retirada,
no sé jugar con las cartas marcadas,
será que nunca tuve vocación de ganador

Me recomiendan que no escupa al cielo
si mi propósito es pisar el suelo
y no cruzar una tormenta en vuelo sin motor.
Aunque me expulsen de sus paraísos
no pienso doblegarme a sus avisos
y menos si quien viene a darme aviso es un traidor».
("Besos como balas". Luis Eduardo Aute.
CD: "Alevosia". 1975).

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